martes, 22 de marzo de 2011

LECTURAS COMPLEMENTARIAS NOVENO BIMESTRE I

BALSA MUISCA

El Dorado
Era costumbre entre estos naturales, que el que había de ser sucesor y heredero del señorío o cacicazgo de su tío, a quien heredaba, había de ayunar seis años, metido en una cueva que tenían dedicada y señalada para esto, y que en todo este tiempo no había de tener parte con mujeres, ni comer carne, sal ni ají, y otras cosas que les vedaban; y entre ellas que durante el ayuno no habían de ver el sol; sólo de noche tenían licencia para salir de la cueva y ver la luna y estrellas y recogerse antes que el sol los viese; y cumplido este ayuno y ceremonias se metían en posesión del cacicazgo o señorío, y la primera jornada que habían de hacer era ir a la gran laguna de Guatavita a ofrecer y sacrificar al demonio, que tenían por su dios y señor.
La ceremonia que en esto había era que en aquella laguna se hacía una gran balsa de juncos, aderezábanla y adornábanla todo lo más vistoso que podían; metían en ella cuatro braseros encendidos en que desde luego quemaban mucho moque, que es el zahumerio de estos naturales, y trementina con otros muchos y diversos perfumes.
Estaba a este tiempo toda la laguna en redondo, con ser muy grande y hondable de tal manera que puede navegar en ella un navío de alto bordo, la cual estaba toda coronada de infinidad de indios e indias, con mucha plumería, chaguales y coronas de oro, con infinitos fuegos a la redonda, y luego que en la balsa comenzaba el zahumerio, lo encendían en tierra, de tal manera, que el humo impedía la luz del día.
A este tiempo desnudaban al heredero en carnes vivas y lo untaban con una tierra pegajosa y lo espolvoreaban con oro en polvo y molido, de tal manera que iba cubierto todo de este metal. Metíanle en la balsa, en la cual iba parado, y a los pies le ponían un gran montón de oro y esmeraldas para que ofreciese a su dios. En traban[m1]  con él en la balsa cuatro caciques, los más principales, sus sujetos muy aderezados de plumería, coronas de oro, brazales y chagualas y orejeras de oro, también desnudos, y cada cual llevaba su ofrecimiento.
En partiendo la balsa de tierra comenzaban los instrumentos, cornetas, fotutos y otros instrumentos, y con esto una gran vocería que atronaba montes y valles, y duraba hasta que la balsa llegaba al medio de la laguna, de donde, con una bandera, se hacía señal para el silencio.
Hacia el indio dorado su ofrecimiento echando todo el oro que llevaba a los pies en el medio de la laguna, y los demás caciques que iban con él y le acompañaban, hacían lo propio; lo cual acabado, abatían la bandera, que en todo el tiempo que gastaban en el ofrecimiento la tenían levantada, y partiendo la balsa a tierra comenzaba la grita, gaitas y fotutos con muy largos corros de bailes y danzas a su modo; con la cual ceremonia recibían al nuevo electo y quedaba reconocido por señor y príncipe.
De esta ceremonia se tomó aquel nombre tan celebrado de El Dorado, que tantas vidas ha costado, y haciendas. En el Perú fue donde sonó primero este nombre dorado; y fue el caso que habiendo ganado a Quito, donde Sebastián de Belalcázar andando en aquellas guerras o conquistas topó con un indio de este Reino de los de Bogotá, el cual le dijo que cuando querían en su tierra hacer su rey, lo llevaban a laguna muy grande y allí lo doraban todo, o le cubrían de oro, y con muchas fiestas lo hacían rey. De aquí vino a decir el don Sebastián “vamos a buscar este indio dorado”. De aquí corrió la voz a Castilla y a las demás partes de Indias, y a Belalcázar le movió venirlo a buscar, como vino, y se halló en esta conquista y fundación de esta ciudad, como más largo lo cuenta el padre fray Pedro de Simón en la quinta parte de sus noticias historiales, donde se podrá ver; y con esto vamos a las guerras civiles de este Reino, que había entre sus naturales, y de dónde se originaron, lo cual diré con la brevedad posible porque me dan voces los conquistadores de él, en ver que los dejé en las lomas de Vélez guiados por el indio que llevaba los dos panes de sal, a donde podrán descansar un poco mientras cuento la guerra que hubo entre Guatavita y Bogotá, que pasó como se verá en el siguiente capítulo.
Juan Rodríguez Freile. / Tomado de: El Carnero, capítulo II

El Popol Vuh
(Fragmento)

Entonces vino la palabra, vino aquí de los dominadores, los poderosos del cielo, en las tinieblas, en la noche; fue dicha por lo dominadores, los dominadores del cielo; hablaron; entonces celebraron el consejo, entonces pensaron, se comprendieron, unieron sus palabras, sus sabidurías. Entonces se mostraron, meditaron, en el momento del alba; decidieron (construir) al hombre, mientras celebraban consejo sobre la producción, la existencia de los árboles, de los bejucos, la producción de la vida, la existencia, en las tinieblas, en la noche, por los espíritus del cielo llamados maestros gigantes, maestro gigante relámpago es el primero, huella del relámpago es el segundo, esplendor de relámpago es el tercero; estos tres son los espíritus del cielo. Entonces se reunieron con ellos los dominadores, los poderosos del cielo. Entonces celebraron consejo sobre el alba de la vida, cómo se haría la germinación, cómo se haría el alba, quién sostendría, nutriría. “Que eso sea. Fecundaos. Que esta agua parta, se vacíe. Que la tierra nazca, se afirme”, dijeron. “Que la germinación se haga, que el alga se haga en el cielo, en la tierra, porque (no tendremos) ni adoración ni manifestación por nuestros construidos, nuestros formados, hasta que nazca el hombre construido, el hombre formado” así hablaron, por lo cual nació la tierra. Tal fue en verdad el nacimiento de la tierra existente. “Tierra”, dijeron y enseguida nació.

 

Antología de la poesía indígena precolombina,
Colección Publicaciones Politécnico Colombiano, 1983, páginas 95 y 96.

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