miércoles, 28 de julio de 2010

REFUERZO 8°

GIMNASIO LOS PINOS
ACTIVIDADES DE REFUERZO GRADO 8°


LEE CON ATENCIÓN:

Tres hermanas casaderas, Soledad, Julia e Irene, conocieron a un joven y apuesto caballero, licenciado en letras y las tres se enamoraron de él. Pero el caballero no se atrevía a decir de cuál de las tres hermanas estaba enamorado. Como no se declaraba a ninguna, las tres hermanas le rogaron que dijera claramente a cuál de las tres amaba. El joven caballero escribió en un poema sus sentimientos, aunque "olvidó" consignar los signos de puntuación, y pidió a las tres hermanas que cada una de ellas añadiese los signos de puntuación que considerase oportunos. La décima era la siguiente:

Tres bellas que bellas son
me han exigido las tres
que diga de ellas cual es
la que ama mi corazón
si obedecer es razón
digo que amo a Soledad
no a Julia cuya bondad
persona humana no tiene
no aspira mi amor a Irene
que no es poca su beldad

Soledad leyó la carta:

Tres bellas, ¡qué bellas son!,
me han exigido las tres
que diga de ellas cuál es
la que ama mi corazón.
Si obedecer es razón,
digo que amo a Soledad;
no a Julia, cuya bondad
persona humana no tiene;
no aspira mi amor a Irene,
que no es poca su beldad.

Julia en cambio:

Tres bellas, ¡qué bellas son!,
me han exigido las tres
que diga de ellas cuál es
la que ama mi corazón.
Si obedecer es razón,
¿Digo que amo a Soledad?
No. A Julia, cuya bondad
persona humana no tiene.
No aspira mi amor a Irene,
que no es poca su beldad.

Dijo Irene:

Tres bellas, ¡qué bellas son!,
me han exigido las tres
que diga de ellas cuál es
la que ama mi corazón.
Si obedecer es razón,
¿Digo que amo a Soledad?
No. ¿A Julia, cuya bondad
persona humana no tiene?
No. Aspira mi amor a Irene,
que no es poca su beldad.

Así pues persistía la duda, por lo que tuvieron que rogar de nuevo al joven que les desvelara quién era la dueña de su corazón. Cuando recibieron de nuevo el poema del caballero con los signos de puntuación las tres se sorprendieron al ver que ninguna era merecedora del amor del joven: (Ubica los signos de puntuación):

Tres bellas que bellas son
me han exigido las tres
que diga de ellas cual es
la que ama mi corazón
si obedecer es razón
digo que amo a Soledad
no a Julia cuya bondad
persona humana no tiene
no aspira mi amor a Irene
que no es poca su beldad


EL ARTÍCULO DE OPINIÓN

El artículo de opinión tiene una gran presencia en la prensa. En este tipo de artículos se emiten opiniones concretas suscitadas por un tema de actualidad.
Las funciones del artículo son similares a las del editorial. En él se ofrecen valoraciones, opiniones y análisis sobre diversas noticias. A diferencia del editorial, el artículo va firmado y representa la opinión particular de su autor. En ocasiones, incluso esta opinión puede disentir manifiestamente de la postura institucional del periódico expresada en sus editoriales. Otra diferencia que debes tener en cuenta es que los temas tratados en los artículos pueden ser mucho más variados puesto que los editoriales sólo abordan noticias que poseen una gran relevancia.

El artículo de opinión está estrechamente ligado al autor, por ello su credibilidad y capacidad de influencia dependen del prestigio y autoridad que merezca esa firma a los lectores.

Los artículos suelen tener una extensión entre las quinientas y las ochocientas palabras y no tienen por qué ser escritos por periodistas. Cualquier otro profesional puede expresarse mediante un artículo de opinión. Pero sean periodistas o no, los articulistas suelen ser profesionales contrastados con muchos años de experiencia y una trayectoria conocida por la opinión pública.
Podemos distinguir dos tipos de articulistas: los que abordan cualquier tema o asunto de actualidad y publican sus artículos con una determinada periodicidad, y los que publican, de forma periódica u ocasional, artículos referidos a aquellos asuntos que pertenecen a su especialidad.

En: http://recursos.cnice.mec.es/media/prensa/bloque4/pag8.html




El desnucadero

Y Dios hizo al televentero
Por: Gustavo Gómez Córdoba

LOS TELEVENTEROS SON SERES ESpeciales, capaces de devorar un minuto de vida con la boca llena de mil palabras; juegan a culebreros en un mundo donde la palabra ya no vale, excepto si la disparan ellos envuelta en sus babas… de caracol.
Nadie ha dicho que roben, pero tampoco se ha comprobado que los vendedores del camino más corto y más barato a la felicidad sean del todo transparentes. En 1958 los hubieran llamado para protagonizar The blob, cinta de terror clase B en la que un meteorito regalaba a la Tierra una repugnante gelatina que lograba meterse por todas partes. Así son los televenteros: no hay resquicio por el que no se metan ni tarjeta de crédito que no estén dispuestos a devorar. Comen de todo, hasta prensa: los televenteros y su no menos efectiva versión auditiva, los radioventeros, han logrado, unos y otros, el placer máximo de reclutar a los periodistas, halagándolos con soberbias pautas para sus programas y uniformándolos como sirvientes leales.
Más bien pocos misterios hay en el método comercial de los televenteros: algo baratongo, que uno no necesita hasta que lo ve junto a teléfonos y banderitas de países vecinos, presentado en dos por el precio de uno y puesto en la puerta de la casa, aunque uno viva en un campamento guerrillero en Ecuador. Sólo un misterio: el grueso (¡y son gruesas!) de las televenteras, con excepción de Vanessa Navarro —Cleopatra de este mundillo—, suelen ser muy poco agraciadas… ¿no es belleza acaso lo que suelen vender? La caridad y la calidad deberían comenzar por casa.
En un matrimonio que estaba cantado, han reclutado los dueños del negocio a actores muy conocidos o muy varados, para que ayuden en la tarea de presentar espejismos como realidades incuestionables. Tal vez la lógica sea tan sencilla como el negocio: quién mejor que un experto en vender lágrimas y polvos de utilería para amarrarnos la faja, meternos el omega 3 —y los dedos— en la boca y arrinconarnos el culo en unos jeans que, como el viagra, lo paran todo… aunque por detrás.
Las amas de casa los tienen por gurúes de la salud, los periodistas de entretenimiento los chupan como jugosa teta, los canales públicos los cortejan a ojo cerrado y los medios de comunicación nos venden la idea de que se les entran por la puerta de atrás, cuando todo el mundo sabe que tienen tapete rojo (vendido a la empresa, de seguro, por ellos mismos) en la principal.
Un televentero disponiendo del futuro de Pradera y Florida. Un televentero gobernando Venezuela. Un televentero al frente de la licitación de los nuevos canales privados. Un televentero persiguiendo los virus de la red. Un televentero, desde Georgia, tranquilizando a Moscú. Un televentero apersonándose de los gases antes de que se acomoden en el invernadero que flota sobre nuestras cabezas. Un televentero pavimentando el Tercer Mundo. Un televentero recibiendo testigos en Palacio de Nariño… ¡Qué distinto sería todo si entendiéramos de una vez por todas que los televenteros son quienes deben ocuparse de resolver nuestros problemas!
El espectador.
El desnucadero
¿Hacerse uno matar por pelota?
Por: Gustavo Gómez Córdoba
UNA LAMENTABLE CONDICIÓN FÍSICA me impide entender el problema enorme de los fanáticos del fútbol que, cada tanto (entendiendo, literalmente, “tanto” como gol) recurren a la violencia para expresar el malestar que les produce ver perder a su equipo.
Digo que una condición física pues, siendo dueño de unos pies más planos que pecho de nadadora y de la más feroz de las rinitis, nunca tuve con qué meterme a una cancha. Por eso, y, de ñapa, porque preferí los libros y los discos a los balones, no encuentro una sola razón valedera para que un muchacho mate a otro por el color de una camiseta.
¿Hacerse uno matar por adorar a un argentino que viene de paso, temeroso del país pero atraído por la plata? ¿Hacerse uno matar por respaldar a un arquero que visitaba capos asesinos en una cárcel? ¿Hacerse uno matar por apoyar al dueño de un equipo que, tras mudarlo de plaza por conveniencias monetarias, tiene por costumbre clavarles su virulenta lengua a los árbitros? ¿Hacerse uno matar por aplicar como dogma los comentarios de un periodista deportivo que aprovecha su programa de radio para llamar a sus colegas drogadictos y proxenetas? ¿Hacerse uno matar por un equipo al que ni el paso del tiempo logra enfriarle los dineros calientes? ¡No me jodan, yo no soy tan pelota! Llegado el caso, me haré matar por mis hijos, por la tranquilidad de mi familia o por salvar la vida de alguien, pero no cuenten conmigo para apuñalar en nombre de una camiseta sudada.
Hinchas o no, quienes entendemos al fútbol como lo que es, vale decir, un deporte, jamás digeriremos que un marcador decida quién vive y quién muere. De ninguna manera desconozco, por rinítico y mal parado que esté, la emoción de los goles o la importancia de medir fuerzas sanamente en un partido. Pero si el entretenimiento degenera en muerte, estamos dejando los terrenos de la civilización y regresando a las cavernas. Y les recuerdo que en las cavernas cualquier cosa parecida al fútbol se jugaba con cabezas humanas como balones.
Ojalá la solución fuera multar a los equipos, prohibir las barras, no permitir el uso de camisetas a los hinchas o sancionar las plazas y sus estadios. Medidas todas de aplicación incómoda pero no imposible. El verdadero partido de fondo es un poco más delicado: los hinchas asesinos matan y se matan porque, como Rodrigo D., no tienen futuro. El domingo, en el estadio, es el único día en que hacen algo que creen realmente valioso. El resto de la semana son ciudadanos de tercera, arrinconados en barrios infernales, acosados por la necesidad, acostumbrados al desempleo y susceptibles a todo vicio que se les cruce por enfrente. La aparente fortaleza que exhiben es apenas la capa externa de su fragilidad.
¿Nos merecemos los hinchas que tenemos en este país acostumbrado a marchar en reversa? Estoy tentado a creer que sí, pero me reservo el íntimo derecho de decirle aquí al fanático de la navaja entre los bolsillos, al tipejo orate que prefiere pasar un domingo en el estadio mientras sus hijos andan perdidos en la calle, al que invierte lo del arriendo en seguir a su equipo por todo el país, al que se cambia el nombre en notaría para llamarse como el onceno de su ciudad y al que declara orgulloso que primero es hincha rojo, azul o verde que colombiano, que se le zafó algo en la cabeza y que debe correr a comprar el bono de salud para cita urgente con un psiquiatra. Están todos muy enfermos, enfermos de algo tan grave que mis pies planos y mi rinitis, expuestos frente a su dolencia, parecen apenas un partido de banquitas.
El espectador

Teniendo en cuenta las lecturas, redacta un artículo de opinión, coherente y cohesivo, de tema libre, haciendo uso adecuado de los signos de puntuación, las conjunciones, las preposiciones y las frases prepositivas.

No olvides enviarlo a rnavajasd@gmail.com o publicarlo en http://literaweb2.blogspot.com/

1 comentario:

  1. profe como le subo el artuculo no pude
    gracias.
    sebastian giraldo 8A

    ResponderEliminar